martes, 20 de mayo de 2014

Don Juan Tenorio y el Romanticismo



El personaje de Don Juan lleva siendo representado desde la Europa de la Edad Media, pero es en el siglo XIX con el Romanticismo cuando el personaje adquiere otro matiz. La manera de retratar al personaje cambia, hasta este momento don Juan siempre acaba pagando por sus pecados y es enviado al infierno. Esta nueva corriente del siglo XIX que supone el Romanticismo siente atracción por lo exótico, lo incomprendido, lo exaltado, personajes que no se dejan atar y que buscan la libertad, es por eso que coge la figura de don Juan y analiza su oscuridad y se pregunta por primera vez si este libertino, representación del mal, realmente se siente culpable o no, y si su alma alberga un resquicio de arrepentimiento para su salvación.
Las características románticas del drama de Zorrilla se encuentran en toda la obra, empezando por los personajes. Encontramos en don Juan las características de esta corriente pues es rebelde, burlón, impetuoso, un seductor e incluso dejándose llevar por las pasiones puede ser “violento” (pues en varias ocasiones perpetúa la muerte de otros personajes, ya sea directa o indirectamente), además es un personaje oscuro y misterioso, pero todo esto va a cambiar cuando conozca a doña Inés, que es todo pureza e ingenuidad, al enamorarse de ella, él que es un gañan desde la primera escena, sentirá por primera vez un amor sincero que puede llevarle incluso a la salvación de su alma.
Doña Inés por su parte puede ser el ideal de mujer romántica, nada que ver con la femme fatale. Llega hasta tal punto su pureza e inocencia que será suficiente para salvar el alma del pecador de don Juan.
Entre los temas, sin apenas esfuerzo encontramos restos románticos. El tema principal, la salvación del pecador por el amor sincero, no podría ser más romántico. Al ser doña Inés el primer amor verdadero del pendenciero don Juan se hace posible su transformación espiritual.
La obra supone además aire fresco, pues rompe con las reglas neoclásicas reivindicando una libertad creadora, se desarrolla en distintos lugares por lo que no existe una unidad de acción.
En la primera parte de la obra encontramos una ambientación plenamente romántica: un misterioso “héroe” inicial, antifaces, una novicia secuestrada. No hay lugar ni momento para la estaticidad, es todo movimiento y acción.

La segunda parte llega transcurridos cinco años, don Juan vuelve a su casa y se encuentra con que esta ha sido transformada en sepulcro (paisaje romántico excelente) donde el Comendador y doña Inés están enterrados. Invita don Juan a cenar a la estatua del padre de doña Inés y este acepta, se produce entonces una estampa de sombras, rodeada de la muerte como temática, ultratumba, misterio, una cena terrorífica. El ritmo en esta parte se pone a la altura de don Juan y de su conflicto, es más lento y denso.
Entonces sucede, saltándonos todo lo relativo al Capitán Centellas y a Avellaneda, cuando el comendador quiere llevarse para siempre a don Juan al infierno, a la condenación eterna, aparece doña Inés para aparentemente “rescatarlo” y llevarlo al cielo con ella, lo que en la obra aparece como el arrepentimiento de don Juan y la apoteosis del amor, pero que mirado más de cerca parece otro tipo de condenación eterna, la castración permanente de don Juan pues por amor renuncia a sí mismo, a su propia naturaleza, la libertad que tanto defendía con sus “malas” acciones.

Es fácil caer en una interpretación existencialista del desenlace pues esta corriente tiene su origen precisamente en el siglo XIX, pero parece imposible pues como se ha dicho la figura del don Juan lleva vigente desde la Edad Media, aunque tampoco sería descabellado relacionarlo un poco (solo un poquito) con los puntos sobre la libertad y la responsabilidad individual, del existencialismo cristiano, quién sabe si escondido en la mentalidad de una Edad Media dominada por los dogmas religiosos, que resultó aparición involuntaria en la figura de don Juan.