domingo, 22 de junio de 2014

La Regenta capítulo XXVI



«El jueves Santo llegó con una noticia que había de hacer época en los anales de Vetusta, anales que por cierto escribía con gran cachaza un profesor del Instituto, autor también de unos comentarios acerca de la jota Aragonesa. 
En casa de Vegallana la tal noticia estalló como una bomba», hasta:


«Una hora antes de obscurecer salió la procesión del Entierro de la iglesia de San Isidro».

Este fragmento de La Regenta (1884-85) se enmarca dentro del capítulo XXVI dentro de la segunda parte de la novela. Es decir se encuentra ya en el planteamiento del desenlace de la obra, apenas a cuatro capítulos del final, todas las descripciones posibles del entorno han sido ya realizadas y queda centrarse en preparar la tragedia final.
Nos encontramos en Semana Santa y en el palacio de los Vegallana donde tienen lugar numeroso encuentros a lo largo de la acción y donde más adelante Álvaro Mesía demostrará definitivamente su ventaja sobre el Magistral, pues conoce el terreno y no será la primera vez que firme una conquista en esa casa.

En casa de los Vegallana la noticia estalló como una bomba, no se trata de una expresión sin más, se trata de la reacción que provoca en la casa. Había bajo techo entonces cuatro mujeres: Rufina la mujer del Marqués, Visitación, Obdulia y doña Petronila. Cuatro mujeres de las cuales al menos tres de ellas querían ver hundida la moral de la Regenta. De la Marquesa se dice que es una mujer liberal y de actos escandalosos, con una fachada muy devota pero desprecia el sexto mandamiento (no cometerás actos impuros). De Visitación sabemos que su intención es ver a Ana tan hundida como lo está ella, quiere verla en brazos del hombre que un día la perdió a ella también. Obdulia es envidiosa, viuda y está muy bien relacionada en la alta sociedad vetustense, además de ella se dice que también fue amante Álvaro Mesía. Estas tres señoras tienen en común su obsesión por ver como Ana cae ante el que un día fue su amante, quieren ver como la impunidad y decencia de la que Ana es merecedora, se ensucia y se agrieta como un día les pasó a ellas. En un mundo de miseria espiritual como es el representado por las gentes de Vetusta y estas tres mujeres en este caso, no tiene cabida una persona como Ana Ozores, buena, pura, con ideales y algo ingenua. Es por eso que en esa sociedad corrompida todos quieren ver y ser partícipes de la caída de la joven.
En este fragmento en concreto encontramos como habla la envidia por sí sola.
En plena lucha por el poder de Vetusta, el magistral que había visto muy mermado su liderazgo debido a lo ocurrido entre Álvaro y la Regenta en el baile y también después de haberse descubierto ante Ana, ha encontrado la posibilidad de restaurar su hegemonía gracias a la conversión y muerte de Pompeyo, el ateo oficial de Vetusta, y gracias a la propuesta de Ana. El magistral demuestra así que sigue teniendo poder sobre Ana.
Desde el pueblo la iniciativa de Ana es vista como una amenaza, como un baño de masas para engrandecer su imagen y su ego, es por eso que las vetustenses más aristócratas lo ven como una señal de peligro. La regenta, que lucha entre la devoción mística y la necesidad de sentirse soñada, que todavía no ha caído en los brazos de un amante (algo que algunas vetustenses no pueden afirmar con la misma dignidad) decide voluntariamente realizar una prueba de fe.
Las vetustenses, infieles y envidiosas, ven la muestra de fe como un espectáculo lamentable que de nada servirá para limpiar la imagen de Ana, ni para hacer que se sienta mejor. Ansían la corrupción de la Regenta, pues si ellas pudieron mancharse cayendo en la vulgar tentación que iba a impedir que Ana también lo hiciera.
Se nombra al Regente, Víctor Quintanar, como un pobre calzonazos incapaz de controlar a su mujer. Comparando Visitación a Quintanar con los hombres de La isla de San Balandrán, zarzuela de este mismo siglo cuya trama se basaba en una isla regida por mujeres, en la que los hombres que llegaban eran puestos a cargo de tareas históricamente “de mujeres”.
Para estas mujeres la devoción no tenía nada que ver con demostrar fe, sino más bien con aparentar tenerla y hacer cosas como: “pedir para el Hospital a las corporaciones y particulares a las puertas del templo, regalar estandartes bordados a la parroquia”.
Por si fuera poco no solo va a participar en la procesión la Regenta, sino que lo va a hacer vestida de nazareno y con los pies descalzos, con el mal tiempo que estaba haciendo en Vetusta, esto a Obdulia le reconcomía por dentro pues ciertamente la Regenta se iba a dar el espectáculo y todos estarán  mirándola a ella, sería el centro de atención una vez más con una acción intachable.

Petronila mientras las tres damas blasfeman sobre las condiciones y el futuro espectáculo intenta mantener a raya el coloquio desde su postura religiosa, rendida ante el valor de Ana, quien iba a exponerse a las burlas descalza como Jesucristo lo hizo por los pecadores.
Entretanto entraban en la habitación Víctor y el Marqués. Quintanar decaído no solo por lo que iba a acontecer pues creía que había vencido al misticismo y que el Magistral estaba ya fuera de sus vidas, es advertido de que Ana irá descalza a la procesión y colérico decide irse a su casa sin cruzar explicaciones con su mujer.
Quintanar representa una España aristócrata contra una nueva sociedad que lucha por la salida de la iglesia de los hogares, por que desaparezca la intrusión y privilegios del clero en una España en la que la burguesía se alzaba y ponía su ideología liberal al poder del país.
La Regenta se hallaba arrepentida de la promesa que había hecho con el candor por recuperar la confianza del Magistral y desearía no ser capaz de cumplirla.
Al final no llovió y la Regenta se dio el espectáculo, el Magistral reafirmó su posición de control de Vetusta pero no sería durante mucho tiempo.
La novela critica con dureza a los conservadores, a los liberales, a una parte del clero, etc. Toda la sociedad es puesta en tela de juicio. En esta ciudad dominan la envidia, el ascenso al poder, la superficialidad y el vox populi vox Dei. Todo ello a través de un estilo indirecto libre.

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